> Por Francisco A Sfeir
Muchas veces escuché la pregunta de si se
nace o se hace homosexual… La verdad que no sé, sin embargo, yo aprendí y
aprendo a serlo. Tal vez mi construcción identitaria resulta distinta a las
construcciones gay imaginadas debido a que nací “diferente” a los tipos que un* por lo general conoce… Nací
con concha, con ovarios, con tetas, y
también con una herencia que estaba mucho antes de que yo apareciera, esa de
cómo se es mujer en nuestra sociedad.
Lesbiana, machona, trola, camionera, butch,
chonga, que no tocaba a un hombre ni con un puntero láser pero que los deseaba
en silencio: así transcurrí mis años de secundaria, como una verdadera torta, todo
un ejemplar… Pero no estaba todo bien, había una incomodidad. Por así decirlo
no me tocaba ni me dejaba tocar, nunca me proyecté siendo esa persona, algo no cerraba, no cuadraba. Eso lo hice consciente tras conocer a un chico
trans. En ese momento yo militaba en un colectivo feminista, y él vino a
pedirnos ayuda. Nos contó su vida, qué sentía, qué sintió, las situaciones por
las que pasó, todo. En cada recuerdo que compartía, otros me venían a mi mente,
y a mi cuerpo. Era algo nuevo, si bien yo ya conocía “lo trans” por fuentes
medicas (esas, las más accesibles a la ignorancia) desde ese día conocí la otra
versión, la fuente más fiable, la que siente y pasa por el cuerpo. También conocí
gente lista para ayudar, enseñar y aprender, toda una comunidad a la cual me
sume.
Fue todo un dilema empezar a construir mi
masculinidad, cómo crear una que cuadre a mis ideologías feministas, a mis
sentires y a mi cuerpo que no quiere ser cortado por bisturís. Aún no está
terminada, y no lo va a estar hasta que me muera, porque es algo que no para,
que no deja de ser, ni de edificarse. Está presente en cada acto, cada palabra,
cada pensamiento… Y en esa masculinidad, existe mi homosexualidad.
No fue para nada fácil, no me pude pensar con
un hombre hasta que conocí a mi actual pareja. Nos conocimos en un encuentro de
pibes trans y me enamoré de pies a cabeza. Lamentablemente no podía dejar mi
prejuicio de lado: ¡¡Nunca había estado con un hombre!! ¿Cómo me lo encaro?
¿Cómo se besa a un tipo, yo siendo tipo? ¿Cómo se toca, dónde se toca? ¿Qué se
dice, qué no? Miles de preguntas me invadieron. Por suerte el deseo no se dejó
atormentar y surgió, tan inexpertamente, bello y divertido.
Ya el panorama volvía a cambiar, ya no era
sólo un hombre con tetas, conchas y ovarios, ex-lesbiana (y no tan ex), sino
que me gustaban los hombres. Lo más raro es que me convertí en puto mucho
después de dejarme llevar por el deseo. Tuve que aprender, que leer, observar,
decodificar, entender, pensar y descubrir una cultura con códigos, lenguaje,
corporalidades, clasificaciones, costumbres y gustos totalmente nueva para mi, y
eso aprendido codificarlo a mi persona.
No es fácil ser un tipo trans gay, no lo es
con nuestros pares trans, ní con los gay cisexuales. La homofobia y transfobia
no descansa. Nunca faltan preguntas incómodas o rechazos de nuestros compañeros
trans. No es fácil construir una masculinidad cuando ser gay en nuestra cultura
no es ser masculino. Tampoco es fácil construir una identidad gay, cuando ser
trans implica una corporalidad, un pasado, unos detalles, que no es de un
hombre.
Aunque tenga todos los “peros” del mundo me
resulta irónico haber transitado/traspasado la frontera de los géneros y
seguir pensando/me, (con) un genero y una sexualidad determinada. Hoy en día
tal vez puedo decir que lo que me incentivó a ser libre y feliz fue ni más ni
menos que el deseo.