Hablé con Stephan, con sus adentros. En esta charla explica la interacción de la sociedad cuando se lo percibía como “mujer” (miedos, inseguridades, discriminaciones) y cuenta cómo es ahora que lo denominan “hombre”, y cómo casi a la fuerza le exigen ocupe su rol de macho. “Soy trans y puto”, Stephan habla, recuerda, ríe y comparte, pero no se justifica, ni me aclara nada, ya hubo toda una vida de eso. Acá Stephan se comparte a nosotros. Y claro, se ríe (con nosotros, y de ellxs).
> Por Lucas Gutiérrez
Por coquetería no le pregunto su edad, pero se ve que tiene un tiempo ya recorrido. La charla me lo va a demostrar. Nacido en Bélgica se considera un extranjero incluso en su lugar de nacimiento, es que cada país habitado le dio tantas alegrías como penas. Pero Stephan sonríe y carcajea, sonrisa que ni siquiera perdió cuando en la casa de su hijo, en La Plata, le tallaron en la puerta un “acá vive un puto extranjero”. Si analizamos las palabras usadas no sería agresivo porque él mismo se define “puto” y “extranjero”, ahora si tenemos que ver la intención y connotación del mensaje… ya es otro tema.
Mi visión porteña del mundo se deschava
reducida al sorprenderme con lo que me cuenta de Bélgica: esa idea de que todo
lo europeo funciona mejor. Mi auto-flagelo tercermundista cae cuando cuenta que
ese país, no su país, está más cerca
de legalizar la transfobia que de aceptar las nuevas realidades.
Para acceder a los papeles que certifiquen su
masculinidad debió presentar su “diploma” de disforia de género mediante la
altamente violenta patologización psiquiátrica y comprobar tanto una operación
genital como haber sido esterilizado. Después de todo eso, ahora, en Bélgica, se
lo considera como “hombre homosexual”. En
los protocolos no lo reconocen como transexual ya que ahora figura como una de
las partecitas que compone la pareja binaria – “una fábrica de heterosexuales”
dice. Y ríe. Se ríe porque desde su accionar y su biografía Stephan es mucho más
que lo que esos papeles digan.
Celebra la Ley de Identidad de Género recientemente obtenida,
pero está claro que no lo ve como un final sino como el principio de algo. “El
acceso a la salud es una mierda”. Si él va a
un hospital con una infección urinaria, por su apariencia masculina tiene que
aclarar que no tiene próstata, y es ahí donde los médicos llaman a los colegas para
mostrarles “tengo una persona trans” y hasta llamarlo Stephania y tener a todos
observando al caso, no a la persona. Todo esto concluye en salir del hospital
sin diagnóstico y comprando antibióticos en cualquier farmacia. ¿La nada misma?
NO, la violencia a la cual no deberíamos de acostumbrarnos. Dice y no se ríe. Está
clarísimo, queda mucho para hacer en esta patria orgullosa de “tanto” que ha
conquistado. “Hay personas que prefieren morir – no atenderse – a sufrir esto.”
No es la primera vez que escucho de este maltrato.
Y si ésta es la realidad ante una leve
consulta, reparemos juntos en la carnicería que pueden representar las consultas
por reasignación de sexo. Son pocos los especialistas que pueden hacer un
trabajo que además les asegure a los intervenidos el seguir sintiendo.
PH: Lorenzzo |
Decidió criar solo a su hija y es viudo por parte del padre de su hijo. Si creyésemos que las palabras “madre” y
“padre” definiesen algo, Stephan literalmente podría ser un padre-madre, desde
lo biológico hasta en lo funcional. Pero él no es sólo eso, al igual que frente
a la dicotomía “hombre-mujer”, él es siempre un poquito más: Más que trans. Más
que puto. Cada vez un poco más parecido a él mismo, “soy la prueba viviente de
que los putos pueden reproducirse”.
Esos roles asignados para él no tienen
significación, pero sí los tuvieron para sus hijxs. No tanto por ellos, sino más bien por la
transfobia cotidiana que se viste de sonrisa y luego por la espalda comenta y
castiga. “Lo único que yo tengo que explicar es a mi hijo y a mi hija que mi amor hacia ellos es igual”, amor
que hizo mutar el miedo de los críos al ver cómo también se iba la depresión de
su papá. Esto fue un proceso. Imaginemos hace 30 años, cuando nació Morgana,
ahí la cosa era bien jodida. Nadie le quería alquilar, ni dar trabajo, a esta
mujer soltera y en constante mutar. Pero acá estamos y claro, reímos. Madre y/o
padre por elección también hizo de su cuerpo una voz en lo que respecta a tener
hijos y en el no tenerlos. Me cuenta que cuando abortó lo hizo sin el
consentimiento que ahora sí da el país belga, y que si bien la moderna Europa
aprueba estas leyes también tienen grupos que pretenden volver a penalizarlas.
“A no dormirnos acá sobre los laureles”… tiene razón, las amenazas se calman
pero no desaparecen.
Ya no sé qué parte de la genitalidad le pueda
romper el que todo el tiempo le enrostren la duda de si es “hombre” o “mujer”,
sólo sé que es algo altamente violento. Le pregunto si no siente violento o inapropiado
que le digan “hombre”: pero lo más agresivo sigue siendo que algunos (algunas)
todavía lo asignen “mujer”. Si alguien piensa en misoginia en sus respuestas,
lo invito a releer y a seguir entendiendo, y a ver que cada vez que “hombre” y “mujer”
son nombrados están plagados, acorralados de comillas, ¿porqué? porqué Stephan
no cree en esas palabras: “los géneros son invenciones” dice, entonces en este
texto las cercamos para que sólo ocupen ese lugar figurado y no se metan ni
agredan la libertad de nuestras palabras. “Si viviésemos en un mundo binario yo
sería un `hombre`, ahora puedo caminar en cualquiera lado sin miedo, no me
molestan si estoy solo, sentado en un espacio público. Cuando hablo las
personas me escuchan, no tengo que gritar”. Lo irónico es que ahora que lo ven
“hombre” también le piden que sea “macho”; hace poco se aterrorizó al notar que
una mujer caminaba más rápido por sentirse acechada por el emblema masculino
que la seguía: él.
Y capaz en este ping-pong binario encontremos
un poco el porqué los varones trans están tan invisibilizados. Ese haber
crecido como mujeres, no haber recibido el mismo trato ni acceso igualitario a
ciertos espacios políticos para hablar en voz alta, el tener que luchar mucho
más por lo que quieren (necesitan, merecen, les corresponde), quizás algo de
eso sea génesis y explique un poco esta negación al justo reconocimiento de las
masculinidades trans inclusive dentro de los movimientos militantes LGBT.
Muevo todas las fichas de mis preguntas a la
rivalidad: lesbiana vs. varón trans. Los pensamientos salen de su víscera,
pasan por el tamiz del cerebro, seguro nacen en su lengua natal, se traducen al
castellano, se dicen y se plantan: hay una parte de las lesbianas socialistas
que lo tratan como una lesbiana que no se asume como tal y encima, se pasó al
bando enemigo al volverse “hombre”, una traidora. Y ni quiero pensar lo que
dirán estas ellas que ahora además lo escuchan llamarse “Puto”, él que fue una
“supuesta mujer heterosexual”, que después para acceder a las hormonas tuvo que
asumir un trastorno psiquiátrico inexistente y entonces pasó a vivir como un
“hombre homosexual”. Ahora se auto-denomina: Trans puto. Éste es otro de esos
lugares intermedios que Stephan legitima, lo vuelve un lugar propio. En este término
que el acuña existe el coming out del gay que ya no es novedad mixado con esa
salida del closet del trans que parece tener afuera una turba de paparazzis exigiendo
explicaciones y preguntando con una lengua bífida que veja la intimidad, “yo lo
llamo `Trans, la era de la justificación`” y se planta diciendo que PUTO es su
historia, su posición política, su visibilidad, son varias cosas.
Ya recorrí en ese castellano con acento y
términos propios la historia y biografía de Stephan. Narró las invasiones e
intentos de ser colonizado, su auto-denominación y se ríe absolutamente de todo.
Ahora estamos en el presente, en el futuro. Organizador del Festival Anormales que en
Noviembre regresa para “anormalizarnos” se llena de orgullo por lo que vendrá
antes. Del 2 al 4 de noviembre será parte de la organización del primer encuentro
lesbitransinter-feminista “Venir al sur” que se hará en Paraguay, el cuál
reunirá voces de toda Latinoamérica. Primera vez en América Latina que un
movimiento feminista no-escencialista se junta. Con toda la picardía en esa cara
sin patria ni idioma me dice “qué buena onda
¿no?” Y aclara que no las conoce personalmente, pero que ese tipo de movimiento
(feministas escencialistas) se alza con la voz de que para la esencia, esa (su)
esencia feminista, nos separaríamos en “mujeres” y “hombres”, y para esa
división el “hombre” es el enemigo… ¿y
cuál es tu esencia Stephan? pregunto: Humana. Y claro, vuelve a reírse.
Ya sin lugares, ya sin patria ni lenguas, con
menos certezas que las que traía al empezar el café me voy marchando. Me llevó
una hora de audio que ni sé cómo traduciré y un abrazo en el pecho de esos que
quiero repetir pronto. “Ni varón, ni mujer, ni xxy, ni H2O” canta Susy Shock.
Algo de eso es Stephan, mejor dicho, algo de todo eso no es. Just Stephan, mon
plaisir…